¡Hola pequeño angelito humano! ¿Cómo te llamas? Mi nombre es
Ruequita y soy un angelito que anda jugando por el planeta tierra buscando
nuevos y más amiguitos.
Me llaman Ruequita porque mi abuela Rueca anda hilando almas
por el mundo, almas de adultos. Y… bueno! Yo hilo almitas de niños. Así que por
eso me llaman Ruequita.
Mi abuela Rueca me contó que una mañana estaba sentada
mirando el vapor que salía del mate mientras miraba distraída por la
ventana. El sol se asomaba sin fuerzas
detrás de las nubes. Las copas de las cañas altas del jardín, estaban
apretaditas entre ellas porque tenían frío. Y los álamos, esos señores árboles
muyyyyy altossss, se sacudían vigorosos empujados por el viento de esa perezosa
mañana.
Un auto se acababa de despertar en la calle y ronroneaba
desperezándose lentamente hasta que arrancó tomando el camino del día.
Las nubes se habían corrido porque sabían que mi abuela Rueca
extrañaba al sol, ya que era feliz cuando este le acariciaba con sus rayos el
cuerpo y el alma.
Una gaviota solitaria cruzó delante de la ventana. Allá a lo
lejos el mar iba y venía dejando que su sonido llegara hasta mi abuela Rueca,
mientras apoyaba su espuma blanca en la arena mil veces por el humano caminada.
En el piso de arriba alguien corrió unas sillas ¡¡¡Praffff!!!
¡¡¡Prafff!!!¡Traaack! ¡Traaack! Y se escuchaba el canto de los utensilios en la
cocina “Piripiri, piripiri”.
“SuammmmSuammmm” sonaban las olas.
Los pajaritos piaban llamando a la mañana que andaba
desorientada.
De pronto…. ahí, al lado de la ventana de la Abuela Rueca
aparecieron cuatro angelitos que se posaban sobre nubes, riéndose y empujándose
juguetonamente unos a otros.
“Abuela Rueca, yo soy
el ángel blanco”
dijo un angelito rubio mientras uno amarillo le daba un codazo y lo corría para
abarcar todo el escenario de la ventana: “Mírame
abuela Rueca, yo soy el ángel asiático”.
El angelito de color negro se había enfurruñado poniendo
trompita de enojo mientras decía:“Yo soy
el ángel negro de los niñitos de color” Y enseguida desplegó una
maravillosa sonrisa mostrando sus dientes blancos, muy blancos.
Y el cuarto angelito, tenía una pluma en su cabeza, los
brazos cruzados sobre el pecho, la mirada seria esperando que sus amigos le
dejaran hablar y expresó “Abuela Rueca:
yo soy el ángel piel roja que acompaño a todos los niños indígenas que pueblan
el planeta tierra”
Y mientras todos ellos bailaban alborozados sobre las nubes,
divirtiéndose igual que los angelitos niños humanos, le dijeron a mi abuela “Hasta ti llegamos para ayudar a Ruequita y
a ti con los niños humanos. Vinimos a decirles que todos somos hermanos, que
los amamos y que les traemos muchos cuentos de amor y perdón para que les
cuenten a los humanos adultos. Ellos se han olvidado de jugar la vida en la
tierra y que se han tornado ¡tan serios y desesperanzados!. Avísale por favor a
Ruequita que por aquí andamos”
Mientras ellos levantaban vuelo hacia nubes lejanas desde
donde espiaban a todos los niños de la tierra, la Abuela escuchaba el “Guau Guau” de Falucho que ladraba
enojado porque sus dueños lo habían dejado atado a una planta.
¿Sabes que me contó mi abuela? Que luego de esta visita
inesperada, ella le echó agua al mate, dejó su birome en el cuaderno y se
sintió entrar en un momento de “nadas”, todo paz y silencio, lo que le
permitió… le permitió escuchar a su alma.
Bueno, el cuento de mi abuela Rueca me emocionó. Y pensé en
tanto niños angelitos humanos que se han olvidado que nosotros existimos y
estamos a su lado
¡¡¡HASTA LA PRÓXIMA!!!
Ruequita, el ángel de
los niños angelitos humanos
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